sábado, 30 de enero de 2016

Berna



A casi todos los muchachos de Hortigüelos les llamábamos con su nombre en diminutivo; por eso a  Sabino todos le llamábamos Sabi.
Sabi decía que el más bruto del pueblo era Berna. A lo mejor tenía razón porque Berna era muy bruto y se ponía rabioso por todo. De chico, en la escuela,  nos mordía y, jugando, él siempre quería ser caballo y hacía los movimientos de trote y galope y relinchos igualito que los caballos.
Si no hacías lo que él quería se enfadaba y cuando le llevabas la contraria y ya no sabía que contestarte te amenazaba con palabrotas y te empujaba hasta que te amilanaba; a Berna sólo lo amilanaba Carlos Chaveta.
 Cuando jugábamos a los aros, Berna tenía que ir el primero y todos teníamos que seguirle, si jugábamos a la perilla y le tocaba a él nos asustaba a todos porque daba los correonazos con el cinturón por la parte de la hebilla y hacía mucho daño. Si el juego era a la peonza, él tenía la más grande, de encina y con un herrón muy fuerte que le hacía el herrero de Hortigüelos, con el que nos rachaba las peonzas de los demás.                                                                               
Para empezar a jugar al balón echaban a pies Berna y El Chaveta que eran los más grandes y los que mandaban y nos iban escogiendo. Berna siempre escogía  a Ramón y a Frigi de los primeros porque eran los que siempre iban con él y le reían las gracias cuando hacía burradas. Normalmente quedaba Sabi el último, sin que nadie lo escogiera y se decían uno a otro: “este pa ti”, y lo ponían de portero hasta que le metían el primer gol; entonces le decían: -“ ¡tu quítate de ahí, que no vales pa ná!” y ponían a otro, al que también quitaban al siguiente gol. Que Berna era muy bruto lo sabían bien todos los perros de Hortigüelos que en cuanto lo olían o veían corrían asustados, ladrando, como alma que lleva el diablo, por las veces que les había dado canina a pedradas o con palos, cerrándoles el paso en las calles, hasta que, asustados, los pobres perros saltaban por encima de los que les azuzaban.
Cuando su padre lo mandaba a llevar los burros, él quería dirigirlos dándoles palos en la cabeza y los burros se resabiaban, se volvían asustadizos y te podían caer.
Tampoco respetaba los nidos de los pájaros y a veces los estropeaba cuando no podía cogerles los huevos o las crías.
Al cumplir once años se fue a estudiar a Segovia para labrarse un futuro y allí no sabemos si era igual que en Hortigüelos donde siguió siendo bruto hasta los 18 años cuando murió su madre. Entonces todos decíamos : -“pobre Berna, ¡con lo buena que era su madre…!”. El  lloraba y las mujeres decían que Berna era muy humano. En aquel tiempo las mujeres debían de ser más humanas que los hombres porque se las veía llorar más veces. Andresín decía que si llorabas la gente te quería más porque veía que eras débil y así te compadecían.
La cosa es que, desde entonces, Berna se hizo más bueno porque la gente le quería y todos decían:- “pobre Berna”. Claro que Andresín  también decía que si para ser bueno y que te quieran se tiene que morir alguien pues  a lo mejor es preferible seguir siendo bruto.
Ya de mayores nos hemos dicho que tal vez Sabi decía que Berna era el más bruto del pueblo porque Sabi era distinto a nosotros: le gustaba mucho leer, no jugaba bien al balón, no daba canina a los perros ,….. y Berna le llamaba mariquita y cosas así.

                Sabino ejerce como aparejador desde que empezó a trabajar a los 23 años, ahora dice que es arquitecto técnico, y Bernabé lleva trabajando con él desde hace treinta años, unas veces de encargado de obra, otras en la oficina de la constructora que  tuvo Sabino, otras promoviendo nuevas construcciones  y ahora restaurando y alquilando apartamentos en edificios con solera del centro de Valladolid
Vienen a Hortigüelos en Semana Santa y en Agosto. Todos sabemos que son dos tipos estupendos; se ríen en el bar diciendo que no saben cómo a estas alturas  son personas normales.
                                                                                                                                                                                                                                                                     Agustín Hernández Hernández


martes, 26 de enero de 2016

viernes, 22 de enero de 2016

Las gafas de Mariamandiles

  
Vendía unas gafas Maríamandiles que costaban un real, tenían la montura de cartón de colores o blanco y unos papeles de celofán tintado  que hacían la vez de cristales, con ellas veíamos el cachito de mundo de Puerto Seguro en San Antonio, con un tinte monocromático. La fiesta podía ser roja, verde, azul o anaranjada según el color de nuestro “cristal”.
Digo veíamos, pero en realidad veíamos poco y mal con aquellas  gafas. Las utilizábamos más para ser vistos que para ver, más para que nos miraran que para mirar, entretanto  oíamos con satisfacción los piropos que nos echaban nuestros mayores: (¡Oii que guapo estás!, ¡Qué bien te sientan! o ¡Que interesante!.
Desde entonces, algunos nos quedamos colgados del color y vemos el mundo  color de rosa en los momentos de optimismo, en  otros con el verde de la esperanza, con el rojo de la pasión, el azul de la nobleza o tenemos la tendencia a verlo todo negro en nuestros peores momentos.
Las gafas de Mariamandiles eran la versión infantil y pobre de las que llevan ahora,  para esconder su mirada o   para atraer la atención, los personajes adultos  que entran en locales nocturnos u oscuros con las gafas de sol; ellos no ven nada, ni falta que les hace, su mayor satisfacción reside en ser mirados.
El color del celofán, del cristal, es la metáfora de los prejuicios con los que vemos a los demás. Todos seguimos con nuestro color pegado a la retina. Si pudiéramos quitarnos el celofán, nuestra visión sería más limpia y real, nos ayudaríamos a ver a las personas más justamente, sin aventurarnos en creencias y afirmaciones o negaciones previas. Sin celofán no afirmaríamos conocer los entresijos de nadie, porque el celofán es lo que nos hace ver verde, rojo o amarillo lo que no es tal, no podemos conocer a nadie si no podemos desprendernos del color del cristal  con que miramos. Tampoco nadie se llega a conocer a si mismo aunque haya transcurrido toda una vida (¡como para conocerle los demás con la visión tamizada por nuestro cristal  coloreado!).

"En este mundo traidor/nada es verdad ni mentira/todo es según el color/del cristal con que se mira"*.

*Ramón Campoamor en Humoradas:
     
     

jueves, 14 de enero de 2016

 Escultura


 Os iré también mostrando mis esculturas con las que disfruto mucho.

Esta está inspirada en  la creación de Adán, pintura del gran  Miguel Angel que se encuentra en la Capilla Sixtina del Vaticano.
 Lo del brazo roto no significa nada intencional, aunque puede dar mucho juego para hacer "literatura" en cuanto a simbología sobre la imperfección del hombre u otras "genialidades y caprichos de artista" ; sencillamente se me partió y consideré que el resto del trabajo  merecía la pena conservarse.




Escultura de Agustín Hdez.      48X26                                               Fotografias de Sergi Valdivieso